Entre las muchas perversiones del uso del lenguaje, quizás una de las que más daño ha hecho es el uso del término “politizar”. Este verbo que, según su primera acepción del DRAE, significa “dar contenido político a acciones o pensamientos” se ha utilizado como arma destructiva en este clima de anti-política en el que estamos inmersos. Y basta con mirar un poco atrás (y al lado) para ver cuál es el final de ese camino de nombre anti-política.
Los políticos son unos sinvergüenzas, la política es para sinvergüenzas, politizar es de sinvergüenzas… Desde la barra del bar hasta el patio de un colegio, el pensamiento hegemónico es el mismo: la anti-política.
Se habla (como algo malo) de la politización de la justicia, de la politización de las cajas de ahorro, de la politización de la cultura… hasta de la politización de la ciencia. Se habla en esos términos mientras asumimos ese torticero lenguaje, decimos “politización de X” cuando en realidad queremos decir “manipulación de X para fines partidistas”.
Partidos (políticos) que llevan el disfraz de la regeneración (política) claman contra la politización de todas las cosas mezclándose con los anti-políticos que, desde la barra del bar y desde el patio del colegio, también claman contra la politización.
Los consejeros o representantes de tal o cual partido en tal o cual ente público deben politizar, ¡claro que sí! Deben “dar contenido político” a sus decisiones, deben “intervenir en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo” (política, según el DRAE).
Aquellos que renuncian a politizar un consejo de administración, lo que renuncian es a dar su opinión, a expresar su voto… renuncian a participar de la política y de las normas que nos hemos establecido, renuncian a participar de lo que mal llamamos democracia.
Dicen que Montesquieu ha muerto porque se ha politizado la justicia… y nada más lejos de la realidad: lo que se ha hecho es manipular la justicia para el beneficio de algunos. Y no se trata de un mero debate de términos sino de actitud, de una defensa de la politización frente a la anti-política.
El problema está en aquellos que utilizaron su oportunidad de politizar para manipular en beneficio de su partido. En definitiva, que haya sinvergüenzas que sean políticos (que los hay, y de todos los colores) no debe ensuciar la noble (y necesaria) acción de politizar.
Quizás el problema esté ahí, en que politizamos muy poco. En que tener ideas se ha convertido en un mérito, mientras que tener ideología (que no es más que un conjunto de ideas) te convierte en un chorizo.
Es lo que tiene ser rosa, chupi-guay y hablar de los políticos en tercera persona.